ANÉCDOTAS y CURIOSIDADES (I): “La Noche de San Juan en El Bierzo”
La Noche de San Juan, a la que se le adjudica la cualidad de ser “la más corta y reducida del año”, coincide aproximadamente con el solsticio del estío y algunos quieren reconocer en ella raíces celtas. Sea o no cierto, lo que es evidente es la identificación de los elementos esenciales que la caracterizan: el fuego, como componente purificador y revitalizador; la leña o combustible, a fin de alimentar la considerable hoguera; los ritos y costumbres a ella asociados y… el agua, en función de contrapunto y complemento.
En nuestra comarca aún se prosigue con el hábito de aportar leña, procedente de los montes comunales o incluso privados, que la mocedad aporta al objeto de mantener el fuego en su pleno apogeo y durante un período prolongado.
Ya se saben, por transmitidas, las diferentes variantes que se observan en torno a la “pira” colectiva: saltos, corros a su resguardo, formulación de desos de diversas maneras, lanzamiento de lo subsidiario o antiguo a la lumbre (imaginariamente), la quema ficticia de los malos augurios, embrujo y todo tipo de desventuras,…
En cuanto a la relevancia de los eventos que se reparten a lo largo y ancho de nuestro espacio geográfico, sin pretender comparar estas citas festivas con sus homónimas del Levante o con la famosa “nit del foc” alicantina, es preciso resaltar que la enorme hoguera de San Juan de la Mata pasa por ser la “más monumental” del continente y que la base antropológica de los actos y tradiciones a desarrollar adquieren un innegable valor.
Otro aspecto histórico singular a subrayar es que no todas las localidades comarcales celebraban este magno acontecimiento en una fecha común e invariable, ya que en varias ubicaciones tenía lugar dentro de la época que transcurre entre las conmemoraciones dedicadas a San Juan y San Pedro, o concretamente a San Pelayo.
Además, es imprescindible aludir a la intervención de la Iglesia, en un pasado no remoto, con la pretensión de patrimonializar o cristianizar tal costumbre ancestral, ligada al ciclo anual, astral, meteorológico y agrícola. En este sentido hay recuerdos cercanos en el sentido de referir que se decidiera acondicionar algunos sitios específicos y predeterminadas, dando preferencia a los que se hallaban en la proximidad a ermitas bajo la advocación de San Juan Bautista, terrenos considerados semisagrados o de destino religioso o, en otra orientación, alternando los enclaves donde se suponían los límites topográficos de un núcleo habitado (N. – S., derecha – izquierda o conforme a distintos barrios interrelacionados pero distinguibles).
En Ancares, quizá por asimilación e imitación de nuestros vecinos gallegos, la fórmula oral empleada y vinculada al preceptivo “salto da fogueira” era el extendido y popular: “Fuera meigas”.
EL AGUA:
Es el aditamento perfecto después, fundamentalmente, de disfrutar del calor y energía desbordada de la gran “fogata”. Entre las múltiples expresiones de su utilización se halla, por ejemplo, la manía de lavarse la cara a la medianoche del mencionado 23 de junio. También se considera benéfico y saludable el “orvalho”, orballo o rocío de la madrugada posterior. Y ello, tanto en el caso de los animales como de las personas. En Anllares era de observar que la cabaña ganadera y los pastores se expusieran esta noche al “relente” nocturno. No menos cumplida era esta práctica en Oencia. En Burbia toda la parroquia juvenil se divertía y se refrescaba “al sereno” hasta el amanecer. En Pereda de Ancares, al alba se debía beber de nueve fuentes, de diferentes composición, denominación y sabor, con el exclusivo objetivo de proceder a la depuración orgánica y gozar, en adelante, de buena salud.
OTRAS CURIOSIDADES y DETALLES:
En Salientes se creía y pensaba que, en la Noche de San Juan, emergía una serpiente de la laguna del Pico Tambarón, a la cual estaba asida con una majestuosa y potente cadena debido a su increíble tamaño. Su significado era de ser maligno y peligroso. En San Martín de Moreda, en cambio, se aseguraba que – tras colocar un vaso en cuyo interior se introducía agua con una yema de huevo, en la torre de la Iglesia – se apreciaría la figura de un barco. En Valtuille de Abajo, se subsumían unas nueces verdes en el orujo (aguardiente) doméstico y su cáscara proporcionaba al licor unas extraordinarias propiedades curativas. Desde Santiago de Peñalba se “giraba” visita a la Cueva de San Genadio, milagrero él, por la Senda de los Monjes. La devoción determinaba considerables provechos y favores, otorgados por su parte.
Es de suponer que las cualidades atribuidas a las plantas medicinales, aromáticas y balsámicas ejercían un poderoso influjo sobre los aldeanos residentes y lugareños, en general. En Sigüeya (Benuza), a modo de deseo de participación, era obligatorio contribuir con un manojo de “cantruejos” verdes. Estos eran arrojados para su quema y avivaban la lumbre. Los jóvenes pugnaban por superar la hoguera con sus brincos, lo que entendían que ahuyentaría o espantaría brujas, espíritus maléficos y otras calamidades.
En Albares de la Ribera, a veces al efecto de regalar un presente o cortejar, los mozos situaban delicados ramos de bellas flores, preferentemente de cerezos, en los balcones de sus novias.
En toda el área de la Cabrera Baja existía el hábito de servirse de los socorridos “fumazos”, a los efectos de adornar o acicalar las puertas. Estas ornamentaciones vegetales estaban construidas por un conjunto de flores diversas y llamativas: la albahaca, el tomillo, la rosa, la verbena, el romero,… lo que perfumaba toda la vivienda con el natural olor agradable con el que se impregnaba.
Por lo que respecta a la acendrada utilización de plantas para preservar el lar o mansión se conoce la profusión (en su uso) del laurel – que sanaba afecciones de los ojos -, el saúco – que alejaba a las “meigas” y sus conjuros malignos y era un antídoto contra los recurrentes catarros -, el “sabugueiro” ya dicho (otra acepción de saúco),… Y, por otro lado, todo un compendio de flores de amapola, violeta, malva, orégano,… En Villaverde de los Cestos, a las plantas destinadas a insertarse en los ramos correspondientes se les aplicaba la expresión de “flores de ahumar”. Aquí y en Castropodame, era muy valorado el orégano y la ruda (esta reconocida en su combustión, que propagaba un olor nauseabundo e insoportable, aunque resultase muy efectiva para acabar con las lombrices).
En Ancares, las ramas de “loureiro”, “bieito” y “bidueiro” se colocaban en la fachada alrededor de las estancias habitadas; por supuesto que, en torno a las cuadras, del mismo modo se efectuaba tal tarea. Este sistema de prevenir los males ocasionados por los seres dañinos – y por las envidias y energías negativas – se demostró de óptima rentabilidad.
LAS MOZAS y EL CORTEJO:
Los jóvenes, en una época que rememoran todavía nuestros mayores más veteranos, se beneficiaban de la llegada de la Fiesta sanjuanera como exaltación del amor y el compromiso. Solían, en bastantes poblaciones, agasajar a sus amadas y casi prometidas con unos ramos vistosos y expresivos de su estado sentimental. Para ello recogían y escogían las presentaciones florales de mayor belleza y delicadeza. Esta profusión ornamental satisfacía normalmente a sus destinatarias y era correspondida. Además, cuando la relación afectiva presumía una pronta alianza o boda, se establecía el deber de “echar el rastro”. Esta designación se aplicaba al hecho de unir o ligar, describiendo un itinerario o sendero, las casas de ambos novios. Se servían sus autores, al objeto de marcar el camino, de paja trillada o “en trizas” y así diseñaban un constante “reguero” con el material cereal. Se demostraba y apreciaba más o menos ostensible, según factores como la distancia a cubrir, la abundancia y facilidad a la hora de aprovisionarse de la materia prima,…
Por último, ya que esto suponía una excepción o rareza, a las muchachas o doncellas de mal carácter y fama de hurañas, asociales o malvadas se les castigaba y zahería mediante una costumbre consolidada. Esta se resumía en colgar, en su residencia física habitual y singularmente de sus balcones o corredores, objetos de poco gusto y con afán ofensivo: huesos de animales, aperos de labranza propios, arados y otros utensilios de labrantío, conformaciones florales de indudable mala composición y estética,…
Marcelino B. Taboada