Tiene dicho el filósofo de las gafas coloreadas que en democracia son más importantes, incluso, que aquello que se afirme, las razones por las que sostenemos una u otra afirmación; o sea: la fontanería antes que el grifo. De ahí que bajo dicho régimen (cuya regla dada se desarrolla mediante el darse continuamente la propia regla en algo así como un continuo ralentí) parezca poco probable edificar consenso alguno con aportaciones opacas de jactancia. No porque no se pueda o deba llegar a conclusiones, sino porque también estas deberían darse alcanzadas a una con todas sus porosidades explícitas.

El problema, la falta de actitud dialogante, se da a todos los niveles, entre las élites y también entre los gobernados, no nos restemos deméritos. Ha sido el hilo enhebrador de toda la legislatura en Ponferrada: los partidos (los siete) del Ayuntamiento no se ponían de acuerdo y la culpa era siempre del otro por no saber ceder (o más neutramente «negociar»). Pero al ras de la calle pasaba exactamente lo mismo: todo el mundo poseíamos la solución para cualquier asunto, siendo esta perfecta y rotunda, archievidente y luminosa: el problema era que para llevarla a cabo nos estorbaban todos los demás…

Cuando se afirma con exhaustiva pompa que la Alcaldesa de Ponferrada, Gloria Fernández Merayo, ha ejercido su cargo «mal» o incluso «fatal», casi del tirón cabe esperar toparse con un mayúsculo «yo lo que habría hecho» dicho, nunca con un «con lo que yo habría convencido a los demás es…». Y no hace falta dar cuenta del porqué de tal valoración o de con qué ejemplo ideal o histórico equivalente se la compara. Las expectativas eran altas: veníamos de tiempos de mayorías absolutas o pactadas en los que el dinero crecía en los árboles (o en los pisos, es lo mismo, que para eso los plantábamos) y no había, claro que no, razón para pensar que todo fuera a dejar de ser igual, que no nos habíamos vuelto pobres, que seguiríamos con la acción política como en un creciente consumo de esteroides, teniendo como combustible al despilfarro, en la huida hacia adelante que hace el crédito para ocultar que desde 1995 lo que han hecho es ir evacuando nuestro futuro.

En muchos casos, la gente la acusamos, no sin testosterona («Señora Alcaldesa, yo no tengo que decirle como dirigir un Pleno, pero…»), no de no haber sido capaz de convencer, sino de no haberse impuesto. Como si, por otra parte, ella no hubiera querido… Pero, seamos serios: ¿qué es hacerlo «mal» con 7 concejales de 25, una tajada millonaria de deuda y con el peso muerto de la legislatura anterior de cuerpo presente en varios macro-liazos y 5 asientos en el Pleno?. En términos netamente realistas, el arte de la política no es otra cosa que generar o conquistar para mantener o reproducir estructuras de poder y Gloria Fernández Merayo le ha procurado al P.P. 4 años de legislatura en Ponferrada con la espada de Damocles-Folguegario (a.k.a. moción de censura) en el cajón del «casi mejor que no». Siete venticincoavos de hora son 16 minutos y 48 segundos: poco más de un cuarto de hora, de un cuarto de poder; ese ha sido todo el ángulo del tono del tiempo de la Alcaldesa. Desde el punto de vista interno del P.P., para quien «Ponferrada» es quizá no más que una línea en alguna hoja excel de su tesorero, como organización que aspira a gestionar recursos en muchos puntos de una red, la labor de Merayo manteniendo esta plaza ha sido encomiable, aunque los dictados del márketing para una sociedad de consumidores hipersatisfechos no les permitan re-ofertarla. Pasajera Gloria…

Lo cabal para con la Voluntad General, que habría sido que gobernasen los que entre dos con 7 y 6 sumaban los suficientes 13, tendrá que esperar a que los dos grandes partidos del país (y sus fans) abandonen su falsa competencia en cuanto que multinacionales del recoloque y apliquen el principio del «cede y, si ceden, cede» en pos de la óptima salubridad del contrato social. Y, también, a que una ciudadanía preocupada por la calidad de la armazón siempre porosa de lo que se propone y no tanto por el brillo del producto acabado se exija que la traten como a población adulta, esto es: abandone en cierto grado el estado de infantilización autoasignado. Si el pulso sigue siendo el competitivo «a ver quien aplasta al contrario», la democracia acabará generando no más que una cartografía de la fragmentación hecha de estancos densos incapaces de dialogar, esto es: incapaces de atravesar las razones del otro; pues diálogo no es el mero ruido de los choques en el seno de una yuxtaposición de partidos opacos hechos a imagen y semejanza del individuo rotundo.

Obliguémonos a ser justos en el análisis concreto de la situación concreta: ¿qué era haber sido un buen Alcalde con 7 de 25 ante una audiencia educada en la dádiva inmediata y el gusto por la soberbia jactante, imágenes de un poder ya inoperante en una sociedad avanzada y en quiebra pero que se mantiene espectacularmente en casi toda la ficción televisada en la figura del jurado?. Pero a propósito de eso no viene a cuento acabar hablando en este párrafo; simplemente: hemos acuñado una imagen del poder ligada a la capacidad (moral y fáctica) para el desprecio; y lo que entorpece la democracia, como sistema de gobierno entre iguales, es el uso de ese baremo. Por parte de la ciudadanía, claro esta y, peor aun, por parte de los encargados del gobierno. ¿A qué imagen de la mejor versión de nosotros mismos creemos que no le ha llegado Gloria Fernández Merayo ni a la altura de los pies?: esa pregunta es la que debería estar en el ralentí de nuestro pensamiento.

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