Este personaje, esencial entre sus pares (numerosos literatos primordiales surgidos en nuestra pródiga e ilustrada comarca), vio la luz en la villa villafranquina del Burbia a finales del año de gracia de 1920. Por tanto, nos hallamos ínsitos en la conmemoración y celebración del centenario del natalicio de este insigne poeta.

En esta primera entrega, que gira en torno a la plasmación de unas notas básicas de su singladura vital, se intentará realizar una semblanza elemental y básica. Este empeño se constituye así en un relato, a modo de esquemática descripción de ciertos aspectos indispensables de su egregia figura. A continuación, en un segundo capítulo, se aludirá a las contradicciones y obstáculos (presentes a lo largo de su periplo existencial como constante sustancial), a su relación y vínculo extremadamente afectivo con el terruño y a algunos apuntes que traten de definir la personalidad y carácter de nuestro autor.

BIOGRAFÍA:

Ramón González-Alegre Válgoma (o Bálgoma, en otros espacios) fue originario de Villafranca del Bierzo (nacido en 1920, tal como se refirió) y fallecería en 1968 en Vigo, a una relativa temprana edad para su época. Fue un reconocido abogado –profesión en la que sucedía en cierta manera a su progenitor, D. Manuel González-Alegre López de Tejada– y escritor berciano. En 1924 su familia se trasladó a la ciudad de A Coruña, la urbe herculina de procedencia de su padre. A continuación, en 1926, mudó con sus parientes a la bulliciosa localidad pesquera de Vilagarcía de Arousa. En esta población efectuó sus estudios de bachillerato. En su currículo académico superior de formación jurídica en la capital de Galicia se integró como miembro relevante del SEU (organización de alumnos), desempeñando en primer lugar el cargo de delegado provincial de bibliotecas y a renglón seguido el de jefe provincial de prensa y propaganda. Se licenciaría posteriormente en Derecho por la Universidad de Santiago, ejerciendo (a través de un lapso apreciable) como profesor en la Universidad de Madrid. Contraería nupcias en Valladolid con su paisana, la lugareña María Ángeles Burgueño Cela, en 1947.

Finalmente se asentó, con vocación de permanencia, en la ciudad olívica en 1949.

En cuanto a su producción, a título de bate especial y peculiar, se le tachó de “autor poliédrico”.

VIAJES y RELACIONES:

González-Alegre era una persona inquieta, inconformista con las tendencias intelectuales y político-culturales de su devenir cotidiano. No permaneció impávido sino que intentó participar en grupos literarios de recuperación del gallego de posguerra y en tal sentido tomó importantes iniciativas. En cambio, no obtuvo excesivos réditos en su loable labor y además le generó decepciones y hasta cambios en sus estados de ánimo. En consecuencia, esta coyuntura (unida a su salud precaria y patología hepática) le predeterminó a realizar un viaje premonitorio a las dos arcaicas Somozas (principalmente la berciana, aunque asimismo recorrería y se referiría con relativo énfasis a su homónima maragata) a finales de los años sesenta del siglo ha poco concluso. A través de esta estadía rural se impregnó de la idiosincrasia y esencia de tierras duras, de pizarra y “teitos de palla”, paisanaje mágico y sencillo y hoy imposible de rememorar por las nuevas generaciones, si no se contempla su conceptualización a manera de “áreas deprimidas, de economía de subsistencia y endogámicas”.

En lo que atañe a la fama o prestigio de que gozó entre sus colegas, cabe primordialmente colacionar opiniones de señeros intelectuales coetáneos. Por ejemplo, el simpar Antonio Pereira plasmó su parecer de esta guisa, glosando así su poesía: “fruto de la tensión dramática en el seno del hombre que la escribe”. Vicente Risco, el polifacético, sabio, antropólogo, indagador consuetudinario y legendario gallego y exponente eximio de la generación Nós, lo mencionó de esta forma: “incontenible, audaz, tal lanzadera que obedece sin temor al soplo del momento”. El académico Gerardo Diego, sin embargo, se fijó más bien en su vertiente no lírica y lo consideraba “uno de los mejores prosistas españoles”.

En conclusión, fundamentalmente “cantó mejor que nadie a su terruño y fue un impulsor de la literatura gallega de postguerra”. En efecto, hace falta reconocerle el hecho de haberse ganado el título de “pionero del verso social en sus tareas poemáticas”.

OBRA:

Su producción fue intermitente y discontinua, con altibajos notorios. Ante todo, es preciso reseñar su proyecto de lanzar la revista literaria Alba, en la que colaborarían varios personajes que se citan hoy en día entre el reducido conjunto de indispensables literatos posteriores. Aunque este apartado se postergará a la próxima entrega, hay que adelantar que esa recién mencionada publicación se mostró clave en el resurgimiento de la poesía gallega tras la Guerra Civil.

En gallego es de rigor enumerar las siguientes aportaciones:

Os namoros (1961, en realidad confeccionado entre 1948 y 1960) y Teatro galego (1968, compilación o repertorio de piezas a representar).

En otro campo, el de tipos o clases de textos, esquemáticamente conviene citar:

Poesía y otros trabajos vinculados (en castellano): Clamor de tierra (colección de poemas consagrados al Bierzo, 1950), Poesía gallega contemporánea (1954, ensayo), Antología de poesía gallega contemporánea (1958, edición), Raíz de las horas (León, 1951), Romería (Pontevedra, 1953), Poemas del ser (Madrid, 1954), Los manantiales (Vigo, 1958), Los poemas del pavor y la piedad (Palencia, 1963), El ágape de Dios (Madrid, 1964), Por entre el arpa y la saudade. Viajes gallegos (1965).

Ensayos: Aportaciones para el estudio de las fuentes del Derecho medieval de Galicia (Madrid, 1964), Fuentes indirectas en la historia de Derecho. Un texto de Fuenteovejuna (Madrid, 1945), Ensayo sobre la poesía gallega. Colección Huguin (Pontevedra, 1963), El libro de los andares (1963).

ESTILO:

El prócer y prohombre berciano adquirió unos hábitos de letrado concreto y preciso. No abrasaba a sus adeptos mediante un verbo artificioso ni utilizaba en su faena creativa demasiados circunloquios, ni figuras, ni cultismos (ligados a un culturanismo ocioso a evitar), ni artificios ornamentales porque, antes bien, le gustaba y disfrutaba con no agobiar al lector con palabras ni giros conceptuales innecesarios. Ello en la forma, puesto que mantenía frecuentemente su espíritu crítico en el fondo.

SENTIMIENTOS:

Le afectaban enormemente los largos y profundos olvidos a los que le sometieron sus presuntos correligionarios y concurrentes, la condena al ostracismo y la desafección a su obra (proveniente de la no ajena y en parte tradicional Galicia). Estas circunstancias le inferirían un cansancio (incluso fatiga y angustia congénita) y un hastío impropio de otrora, en sus jornadas tediosas de obligada reclusión. El corolario reactivo se transformaba entonces en una especie de hostilidad esporádica, trufada por momentos de acelerones, apasionamiento, apresuramientos, intermitencia, tanteos diversos vinculados y una panoplia pluriforme de fantasías asociadas. En torno a esta cuestión relevante se plasmarán una serie de notas en el próximo capítulo.

Y, en función de epílogo, es fundamental aludir también a un punto de inflexión (y a la vez hilo conductor axial) de la trayectoria vivencial de nuestro extraordinario paisano: su enfermedad o dolencia, que le confinaría finalmente por prescripción facultativa en un ámbito absolutamente ruralizado. Aquí se centró en sus preocupaciones, asumiendo dolorosamente sus complicaciones, sus frustraciones editoriales, dudas,… con una resignación cristiana digna de encomio (lo que ya precentedemente había practicado en una dosis reducida, al albur del óbito de uno de sus añorados vástagos y de sus reiterados anhelos y desvelos por sus entrañables retoños).

                                                             Marcelino B. Taboada

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