Este año en curso se cumplirá el centenario del natalicio de D. Ramón González-Alegre Válgoma (o Bálgoma, tanto vale) y es de suponer que se celebrarán los actos de cumplida justicia, en honor y memoria de tan egregia figura autóctona.

Era una persona especial y un escritor sobresaliente, con unas características específicas y otras que, a modo de tópicos idiosincráticos e identitarios, se suelen atribuir frecuentemente a los lugareños de nuestra comarca. Entre estas últimas cabe destacar, sin afán exhaustivo, el típico amor por el terruño, la afabilidad y el buen trato empático y una huida de artilugios artificiosos a la hora de expresarse.

Demos, pues, una primera andanada a estas cualidades, presentes de manera considerable en el autor en cuestión, antes de acceder a un tratamiento más pormenorizado de estas y otras notas esenciales de nuestro hombre de pro villafranquino.

En este contexto, una frase transcrita apunte decisivo de su modo de pensar y sentir se convirtió en legendaria y definitoria de un profundo anhelo ineluctable: “solo llegar y permanecer nos cura”.

Una segunda apreciación es su inmejorable talante natural, a veces, de forma que evidenciaba en sus intervenciones orales muestras de asentimientos o moderadas diatribas (enseña verbal de un tertuliano exquisito, recomendable y apreciado). Su dialéctica mostraba una capacidad dialéctica ostensible sin apenas ambages ni circunloquios y una cultura envidiable, típico de un letrado que practicaba la lectura asiduamente. En cambio, despreciaba la oratoria insulsa y empalagosa, las palabras y giros prescindibles y el ornato innecesario en estos menesteres. Su estilo nítido y sin afectación, amén de su dominio de los recursos poéticos y las técnicas al uso, semejaba sobrio mas cuidado. Esta particularidad se evidencia en pasajes, que a su vez describen paisajes representativos o añejos a través de la depurada técnica clásica garcilasiana.

A guisa de aditamento, la carencia de florituras, adornos y autorecreaciones superfluas y suntuarias se trasladaba con fluidez a la obra escrita, sirviendo para el autor a modo de otros tantos cánones o premisas de obligada observancia.

PARTICULARIDADES:

La principal enseña y divisa del insigne berciano se sustanció en su recurrente estado relativamente excesivo, en algunas fases vitales, de angustia vital, descontento con diversos condicionantes y estructuras consideradas erradas del mundo circundante. Sobre todo, en lo que afecta a su ligamen estrecho con la vecina región galaica. Su vínculo, aparte de su residencia y afincamiento en la ciudades olívica y herculina, se debe al gran impulso que proporcionó a la literatura gallega de posguerra. A pesar de fundar la revista “Alba”, que cobijó a relevantes exponentes de la intelectualidad gallega, halló en su seno a algunos de sus más conspicuos retractores (que consideraban sus producciones de regular nivel, empleando a título de excusa la utilización de un idioma no propiamente académico o normativo, próximo al vulgo). Y por otro lado, en casos determinados, se tachaban sus aportaciones de innecesariamente basadas en un léxico dialectológico periférico, intrincadamente comprensible. En su plataforma divulgativa, y adicionalmente en sus colecciones editoriales, participaron auténticas autoridades en su reconocido sector de influencia y publicó asimismo un elenco cultural selecto de las emergentes tendencias galleguistas, “una galaxia selectiva, componentes de la flor y nata del resurgimiento gallego de la época”, vgr.: poemario en castellano de Manuel María, aportaciones en lengua gallega (entre las mismas, ciertas de una calidad lírica excelsa) de Casado Nieto, Celso Emilio Ferreiro y Xosé Luís Méndez Ferrín. Asimismo, en un marco histórico específico, sirvió de soporte transitorio a Junco (este en prosa). No obstante, esas críticas encajadas como acerbas y zahirientes por proceder de sus estimados colegas no le arredraron en su propósito de formular un guión de arte dramático en habla tradicional berciana y consagrado preferentemente “aos galego-falantes do Berzo”.

Insensiblemente se iría D. Ramón progresivamente sintiendo rechazado, marginado y ninguneado en esta ardua labor en dos sentidos: en primer lugar, por no comulgar con el ambiente y atmósfera de estos círculos exclusivistas (esencialmente nacionalistas, en confluencia con ínfulas protestarias, visceralmente antifranquistas y no habitualmente condescendientes con veleidades místicas o intrínsecamente adversarios de la ideología nacionalcatolicista). A mayor abundamiento, la empresa de compilar una “Antología de poetas gallegos contemporáneos” (en versión bilingüe) le generaría enemigos inconciliables e insospechados. Fue tal el grado de desazón que le infirió esta situación que llegó a referirse y declarar a Galicia a título de “territorio hostil”.

En la vertiente religiosa, es preciso denotar su raíz auténticamente existencialista y social. De hecho, el libro “El ágape de Dios” (1964) a efectos de despedida mortal póstuma y legado conspicuo o viático comunicativo espiritual transmite la tensión que le acompañó durante el último lustro de trayectoria vivencial. El hastío, entonces, esporádicamente se elevaba a cotas elevadas de desgarro humano (en medio de días de cansancio que no presagiaban nada halagüeño). En esta tesitura proclamaría a los cuatro vientos: “¿por qué sigo prisionero?”.

SUS AMIGOS INCONDICIONALES Y/O CERCANOS:

En este apartado quizá sea ilustrativo comenzar por plasmar unos trazos contenidos en la correspondencia epistolar post mortem enviada con afecto por el otrora concurrente Miguel Alonso Calvo, conocido en su azaroso periplo de polígrafo polifacético por “Ramón de Garciasol”. Su pretendido “tocayo”, un exponente irrenunciable y miembro destacado de la llamada Generación del 36, hizo llegar este epílogo laudatorio (más bien elegiaco) con motivo del primer aniversario del traspaso del personaje comarcano. A los efectos de bucear entre las peculiaridades de su entrañable amigo, se dirige a él de esta guisa: “hombre de hígados” (por mor de su demostrado valor y su resistencia constante y persistente, agónicamente resignada en los agotadores lances terminales, ante los males que le aquejaban), “hombre frustrado e impedido” (parafraseando la idea compartida del a veces triste y frecuente destino del literato, por vicisitudes de imposición ajena o envidias malsanas) o a partir de su célebre admonición intimista: “vivo en una tierra donde disfrazarse de humor es la dramática solución”. Estas singularidades le condujeron a ensimismarse en sus pensamientos en intervalos nítidos y lúcidos de escepticismo, frente a la alternancia de una secuencia intermitente de lapsos de euforia o de elaboraciones ejecutadas con frenesí y dedicación intensiva.

Victoriano Crémer burgalés de origen y modelo de hábil sorteador de la censura franquista coincidió con el emprendedor burbiano en su vocación de vate, ensayista y articulador de relatos (siendo reseñado por sus coetáneos en esta mencionada tarea, aspecto por el que se le tildó de eximio novelista), quien lo calificó con el epíteto de “versificador social”, con una intención moralizante y en parte utópica. O sea, que comprendía su arte poético a manera de siempre ínsito en la sociedad o entorno ecológico extenso. En este punto es indispensable traer a colación la interconexión del cronista leonés y el prócer de la “pequeña Compostela, que se retrotrae incluso a los albores de la década de los 50. En este preciso inicio de relación, el capitalino glosaría ya el contenido del libro racial “Clamor de tierra” (precisamente el de su estreno en las colaboraciones importantes del mismo cofundador berciano, en su plataforma difusora y en la etapa inicial de la entonces incipiente puesta de largo de la susodicha Ediciones Alba) y lo situaría en el dominio de los anhelos incontenibles del poeta: “registro, en línea de recuerdos y ansias del Bierzo.

EL BIERZO: SU ENORME DEBILIDAD.

Sin embargo, lo que marcaría indeleblemente su vida fue su “pertenencia” a una generación de convecinos pródiga en dotes similares: Antonio Pereira tres años más joven que él y su homónimo Ramón Carnicer, que le superaba en ocho años en edad y que prosiguiría su estela en la narración de viajes, cerca del sendero que precedentemente había hollado el impenitente huésped de Paradaseca: “Donde las Hurdes se llaman Cabrera (que salió de la imprenta en el año 1969). Otra peculiaridad interesante de nuestro paciente anteriormente urbanita (cosmopolita en su formación bibliófila) es su lugar de nacimiento, la reconocida Calle del Agua de la antigua cabecera de la efímera provincia, al igual que otros admirados sabios o escritores: el Padre Martín Sarmiento (padre de las letras gallegas), Enrique Gil y Carrasco (famoso diplómatico, poeta y novelista romántico),…

En la “Raíz de las horas” (1958), a pesar de las connotaciones y alusiones constantes a recuerdos de la Guerra Civil y su esfuerzo por pulir y modular las diferentes formas de composición poética, acoge el transcurrir del tiempo y simultáneamente su evolución creciente en la profundización de sus raíces. Gracias a su apego y afiliación adictiva a su “patria chica”, procuró insertarse radicalmente con sus convivientes.

Su fijación apasionada por los cauces fluviales de Villafranca, reflejo del “país de ríos” que es el Bierzo, se centra en esos dos cursos fluviales principales (el Burbia y el Valcarce o Valcárcel). Su sublimación durante sus paseos por la ribera del Burbia, por ejemplo, se patentiza con rotundidad en estos versos: “Paso entre mirtos a rozar tu llanto/ y me comporto como los jilgueros/ ¡Quiero cantarte tantas veces tanto!”

Redundando en su especie de obsesión congénita por sus pagos, es adecuado y capital citar una publicación de alto nivel sentimental y ejecución delicada: “Los manantiales” (1958).

Una complemento epilogar a denotar y cohonestar es su predilección innata, en su madurez, por el pueblo llano: frugal en su cotidianidad, en cambio no se privaba de la costumbre lúdico-festiva del común del vecindario. En estos fastos episódicos, lógicamente, se abandonaba al buen yantar y al cumplimiento con las fiestas “de guardar y gozar” (honrando así lo sustancial e irrenunciablemente consuetudinario de la tierra).

SU HUELLA “TRANSEÚNTE” TRAS EL RETORNO AL HOGAR:

En sus viajes a ambas Somozas (no distantes y con condicionantes restrictivos, orográficos, naturales, de desarrollo,… paralelos), en 1965, nos deleita con unos paisajes esplendorosos, un paisanaje único e irrepetible, unos impresionantes y realistas cuadros de enclaves adustos, duros, bolsas de pobreza y atraso secular, falta de comunicaciones y endogamia y hasta tipos de vida arcaicos. Con idéntica fuerza y convicción se centra en las enfermedades, insuficiencia en las dietas en los pueblos y aldeas de entonces, el correlato derivado de esta precariedad (enanismo, posibilidades limitadas de educación y formación, creencias y supersticiones irracionales, hábitos arcaicos, sistemas de organización comunitaria,…). Una visión y perspectiva a no olvidar, cuando la emigración y el modernismo ha eliminado o “velado” actualmente estas imágenes imprescindibles. En efecto, una vuelta a lo pretérito, a lo ancestral, nos ayudará a analizar nuestra procedencia, comprender la intrahistoria local contemporánea y retornar a nuestra inserción en un árbol genealógico no demasiado lejano, cuyos parientes remotos se adaptaron a las solidaridades, familiaridades, trabajos colectivos y miserias que les tocó soportar. Porque en esa España montañosa, ignota e incomunicada, en una época enseñoreada por una economía de subsistencia y todavía cerrada en su conjunto, la crudeza del clima, lo inhóspito de las viviendas (pallozas o casas “de teito de palla” y de arquitectura tradicional de pizarra y materiales “naturales”, en el recoleto y pintoresco país somocense) y la aridez o infertilidad de los terrenos imposibilitaban intercambios amplios. Ello, aderezado por una miscelánea accesoria de lastres originados en las limitaciones de los antepasados (el ostensible porcentaje de natalidad, el derecho foral y el minifundio desconcentrado), incentivaba el abandono, la indolencia mental y el recurso al éxodo hacia los prometedores centros urbanos o periurbanos, más industrializados.

El rescate de esta magna colección de retazos localizados, acompañados de las complementarias orientaciones gráficas y fotografías, se efectuó merced a la encomiable labor del Instituto de Estudios Bercianos. Corría el año 2014 y la efeméride, con ocasión de su presentación en público, sirvió a fin de prodigarle un cariñoso homenaje al incansable abogado, librepensador y divulgador de las maravillas de nuestros lares y de los predios aledaños maragatos, de la sierra del Teleno y parcialmente cabreireses.

SU IMPRONTA Y COMENTARIO:

Condenado al ostracismo, D. Ramón fue genéticamente todo lo que se le adjudica a lo recomendable de un ser humano cualquiera: moralmente bueno y acendradamente impertinente en los casos en que se conculcaban frontalmente principios éticos indispensables de justicia y legitimidad. Esta plausible actitud le comportó diversos sinsabores. Y, como se ha podido intuir a lo largo de lo expuesto hasta ahora, es de razón y motivado plenamente que sus conocidos y adeptos le quisieran recompensar en el año siguiente de su óbito: en el 1969 se le erigió un monolito, por suscripción popular, al objeto de que perdurara su memoria (ubicándolo justo en la Herradura del inconfundible y emblemático Parque de la Alameda). La escultura se confeccionó en el taller del inigualable pintor y artista plástico torrelano, Andrés Viloria (fruto, por tanto, del genio de un significado artesano de una admirable e irrepetible escuela).

Por otro lado, ha tres años (en el 2017), se acondicionó y colocó una placa o lápida epigrafiada en la fachada de la casa noble en que dicho personaje agasajado disfrutó de su infancia más tierna y temprana.

Para rematar este bosquejo de semblanza del literato bilingüe, me tomo la licencia de proyectar alguna impresión subjetiva y/o aleatoria. En esta tesitura señalo tres pinceladas alrededor de sus íntimos afanes:

Su retiro espiritual dramático, a imitación de “ejercicios meditativos y reflexivos de un alma atormentada”, se contiene sintéticamente en esta proclama que nos transmitió con emoción: “Me refugio en mis versos y en mi obra que voy sacando a trancas y barrancas, en espera de editores que no llegan, de “amigos que no lo son”, de envidiosos con alma de cristianos”.

En segundo término, es de rigor denotar su escepticismo (no así en sus pensamientos y reflexiones concienzudas e inabarcables), a consecuencia de las presuntas traiciones y bajezas sufridas. Sin duda, el cinismo imperante en medios clasistas, la hipocresía y el fariseísmo de ciertas élites acomodadas, a aborrecer durante el devenir de su azarosa experiencia vital, le insuflarían una notoria dosis de irritación. No semeja pues que confiara, en general, en la naturaleza bondadosa de la condición del prójimo irreverente. Este, probablemente, es el tenor discursivo de esta reconvención descorazonadora, impactante y conclusiva: “Vivo en una tierra donde disfrazarse de humor es la dramática solución”. Sarcasmo, reacción cáustica (que no “retranca”, en absoluto), dirigida a sopesar su singladura en la parcela difusora. Los agravios y avatares infaustos sobraron en este terreno y las obvias envidias determinaron el resto de oprobio y menosprecio infligido en su fuero interno y que le perseguirían cual estigma de pasión.

En resumen, esta serie de negatividades provocaría en su carácter inquieto una mudanza postrera y ostensible: la tentativa de aferrarse a su asidero del más allá, en previsión del sino que le reservara la merecida retribución de ultratumba. Ahí le acompañó, en plan de confidente, consejero altruista y confesor, un inseparable modelo de alma caritativa, generosa y serena: el cura-párroco de la humilde población de Paradaseca.

                                                                  Marcelino B. Taboada

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