Ramón y Cajal, arte y ciencia
Ponferrada, como tantas otras ciudades, tiene una calle dedicada a Santiago Ramón y Cajal.
Podría parecer que carecemos de ilustres en este país nuestro para que un solo nombre ocupe tantos lugares.
Alguien procedente además de un pueblo tan pequeño, Petilla de Aragón, que sus habitantes entrarían prácticamente en cualquier edificio de la travesía. Sin embargo, su reconocimiento en nuestro país es insignificante si se considera la talla de este artista dedicado a la ciencia o, según se mire, científico dedicado al arte.
Nos encontramos ante el padre de lo que hoy se conoce como neurociencia.
Alguien se preguntará por qué no determino si se trata de un científico o de un artista. En cierto modo, ambos tienen sus similitudes y entre ellas está alcanzar la verdad.
Ambos se guían por una misma estrategia, que consiste en consultar primero su propia imaginación, como barcos dotados de unas velas extraordinarias que los llevan a puertos muy lejanos antes que a ningún otro hombre.
Dicho por Nicholas Humphrey en su libro la Mirada Interior: «Adivinas la existencia de un planeta y he aquí que cincuenta años después lo descubren los astrónomos. Adivinas la existencia de un estado de la naturaleza y he aquí que los navegantes vuelven con la historia completa».
La gran diferencia es que artistas y científicos buscan distintas clases de verdad. A los primeros no les importa, en cierto modo, si satisface o no a los críticos; sin embargo, los científicos deben convencer a una comunidad de colegas escépticos que le objetará todo tipo contraargumentos y los pondrán a prueba.
Ramón y Cajal compartió el premio nobel con Camilo Golgi. Este diseño un método para teñir las neuronas que permitía visibilizarlas y llegó a la conclusión de que forman una red unida que se comunica de forma aleatoria (Teoría Reticular). Sin embargo, gracias a este método, Ramón y Cajal estableció que las neuronas no forman esa red continua; por decirlo de algún modo, afirmó que viven ellas solitas sin contacto físico con otras neuronas (Doctrina de la Neurona). Podría parecer descabellado, pero los datos apuntaban en esa dirección. Camilo Golgi nunca lo admitió y ambos murieron sin que se confirmara o, por el contrario, se falseara definitivamente que las neuronas no llegan a tocarse.
Hoy sabemos que las neuronas son células especializadas en transportar impulsos eléctricos. Están constituidas por tres partes: el cuerpo celular, parecido al de cualquier otra célula pero con capacidad de generar muchas proteínas específicas (gracias a la sustancia de Nissl) necesarias para regular y conducir la electricidad, las dendritas y los axones.
Todos los impulsos eléctricos discurren desde las dendritas o el cuerpo hacia los axones (Principio de Polarización Dinámica), los cuales son producidos por modificaciones en la distribución de partículas de sodio, cloro, potasio y moléculas orgánicas entre un lado y otro de la membrana celular. Si todo esto de generar sus propios impulsos eléctricos no es ya de por sí asombroso, podemos añadir también que para aumentar su velocidad no se trata de una corriente continua, si no que discurre dando saltos de un trozo de cable a otro (nódulos de Rainer) gracias al aislamiento producido entre ellos con una materia grasa (mielina).
Para qué tanta velocidad, se preguntará alguno, y como no es posible llevar a cabo una lista exhaustiva de todo lo que el cerebro es capaz de hacer, me limitaré a señalar que si extendiéramos todo su cableado, el de una sola persona, daríamos dos vueltas y media a la tierra.
Tanto cable en tan poco espacio puede parecer que conlleve una comunicación caótica o en el mejor de los casos aleatoria, como afirmaba Golgi; pues no, cada neurona se comunica con otras concretas en lugares especializados (Principio de Especificidad de las Conexiones). Lo siento mucho, Mister Golgi, pero el tiempo le dio la razón a Ramón y Cajal en esto y en la Polarización Dinámica.
Decía Humphrey que «adivinas la existencia de un planeta y cincuenta años después lo descubren los astrónomos». Hoy podemos decir: Ramón y Cajal adivinó también que las neuronas no llegan a tocarse y tuvimos que esperar varias décadas para inventar el microscopio electrónico y observar lo que este genio ya sabía.
Los axones de unas neuronas se comunican con el cuerpo o las dendritas de otras neuronas, pero entre estas hay un espacio: la hendidura sináptica, un lugar donde se produce todo un proceso bioquímico.
El impulso eléctrico al alcanzar el final del axón provoca la precipitación de neurotransmisores liberados al espacio de la hendidura que encajan en los receptores de la otra célula provocándole, inhibiendo o modulando un nuevo impulso eléctrico que alcanzará la siguiente hendidura sináptica.
Podríamos decir que se asemeja a una coctelera donde la primera neurona descarga toda una amalgama de productos químicos a la espera de ser recibidos por la siguiente neurona e iniciar de este modo un nuevo disparo eléctrico que la recorrerá. Esta será además el lugar donde actuarán los fármacos que administran los psiquiatras en el tratamiento de las distintas enfermedades.
Ramón y Cajal pretendía ser artista, pero su padre le insistió que con el arte no se ganaría la vida; sin embargo, sus extraordinarios dibujos sobre los circuitos del sistema nervioso siguen consultándose actualmente con frecuencia. Son tan asombrosos sus descubrimientos y su aproximación a la verdad, tanto desde el arte como desde la ciencia, que su obra «Textura del Sistema Nervioso del Hombre y de los Vertebrados» sigue siendo la obra más importante sobre neurobiología después de más de cien años de su publicación.
Ponferrada no repite un nombre común del callejero nacional, Ponferrada honra a uno de los más grandes genios de nuestro país.